Estaba leyendo el diario por Internet cuando vio la noticia:
“Whatsapp fue comprado por Facebook”. Automáticamente se acordó de ella. Había
demorado todo lo posible el reencuentro, el siguiente contacto. La época de
exámenes había ayudado un poco. Hubiera sido bastante incomodo, al menos para
él, encontrarla de nuevo en la facultad, después de aquella noche. Además,
sabía que ella lo iba a fulminar con la mirada en cuanto lo viera. La conocía
lo suficiente como para saber que no le había hecho gracia su huida furtiva en
la madrugada. No es que fuera una mina romántica que esperaba que la despertaran
llevándole el desayuno a la cama. Aunque sea podría haberse despedido.
Decidió llamarla. De todas formas tenían que volver a verse.
Quería volver a verla. Una parte de él había pasado los últimos días pensando
en ella. Su imagen estaba ahí, flotando todo el tiempo en su mirada, como
interfiriendo en su visión del mundo. Busco el celular en el bolsillo del saco.
Lo tomo con la mano derecha y dibujo el patrón de desbloqueo. Abrió la lista de
contactos y busco su nombre. Su contacto solo tenía cargado el teléfono, sin
foto ni mail. Presiono el botón verde de llamar mientras se llevaba el teléfono
al oído. Después de unos segundos escucho el tono de llamado. Uno, dos, tres,
cuatro tonos y después el mensaje impersonal del contestador: “tres, cinco,
uno, dos…”. Corto antes de llegar al “…no está disponible…”.
Estaba seguro que ella no lo iba a llamar. Y él tenía ganas
de volver a llamarla. Una y otra vez. Hasta que pudiera volver a escuchar su
voz del otro lado de la línea. Y quería volver a verla. Y mirar sus ojos y sus
piernas delgadas. Y sus manos con esos anillos que a él le gustaban tanto.
Sabía que ponerse cargoso, después de varios días de no verla,
de esquivarla, no era la mejor idea. Se sentía un adolescente pelotudo
corriendo detrás de la minita que le gusta. Corrección, se sentía como era él
cuando adolescente y una minita le gustaba. Los adolescentes de ahora ya no
hacían esas cosas. El interés en una persona, una relación, es de pronto efímero,
volátil. Como si no pudieran mantener la atención en algo que no fuera un teléfono
celular por más de 5 minutos. El los veía llegar en los primeros años de la
facultad, prendidos a sus móviles, chateando sin levantar la cabeza, conectados
entre sí en alguna de las redes sociales de turno. Y trataba de acercarse a
ellos. Remover barreras. Establecer contacto. Entender ese mundo de ansiedad permanente. Solo hoy.
Todo ya. Hay que viajar ya. Conocer gente ya. Encontrar alguien que te gusta
ya.
Y un día llego ella. Él la vio y lo primero que pensó fue
que era la típica nena de papa. Malcriada. Intuyó que ella iba a buscar siempre
y a cualquier precio ser el centro de atención. Podía recordar su pelo largo
suelto. Su suéter azul casi eléctrico. Jeans gastados. Botas marrones. Flaca. La
vio caminando rápido por un pasillo, viniendo hacia él y en ese momento
alguien, otro de sus alumnos, la llamo y se acerco para presentarlos.
Después empezaron a verse en clase y resulto que ella no
solo era linda, con esa lindura imperfecta tan propia de ella, sino que además
era muy inteligente. Y tenía un sentido del humor bastante ácido. Y de a poco
el se fue encariñando con ella. Y paso a ser su favorita en la clase. Y afuera
de la clase. Y cuando se cruzaban en un pasillo de la facultad, el se detenía y se quedaban
charlando, de cualquier cosa. Y si él pasaba por la puerta del bar de la
esquina de la facultad y la veía sentada adentro, automáticamente entraba, pedía
un café y se sentaba a mirarla.
De alguna manera, ella se dio cuenta. En algún momento sus
miradas se cruzaron y ella se dio cuenta. Y contra todo pronóstico, en vez de
rechazarlo, de a poquito le empezó a dar señales, tibias, vagas. Y él la siguió
mirando, buscando. Y se empezaron a encontrar fuera de la facultad. Una vez. Varias
veces. Y él le hablaba de cine y de libros. Y ella le hablaba de los viajes que
había hecho y los que quería hacer. Y aunque casi no tenían nada en común, podían
pasar horas hablando, simplemente mirándose.
En algún momento a él se le había disparado una alarma interior
que le decía que eso que estaba empezando a pasar cuando estaba con ella,
cuando la miraba, estaba mal. El ya conocía esa alarma. No era la primera vez
que le pasaba. Podía recordar otras alumnas que habían causado cuadros
similares en el pasado. Una parte de él decidió ignorar la alarma. Otra parte empezó
a sentir culpa. Y para esa época fue que empezó a soñar con ella.
La vibración del teléfono en el bolsillo lo trajo de vuelta.
Era ella, devolviéndole la llamada.
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